Crónica viaje Real. 1922

En las primeras horas de la mañana del día 20 de junio salió don Alfonso XIII de Madrid con dirección a Las Hurdes. El Monarca conducía personalmente el automóvil, acompañado por el Duque de Miranda, los doctores Marañón y Varela y su ayudante, el Teniente Coronel Obregón.

Día 20.
A las diez de la mañana pasó por Ávila su Majestad el Rey conduciendo su automóvil. Aunque se hallaban las autoridades locales y numeroso público a la entrada de la ciudad, el Monarca no se detuvo.
Pasando Hervás, a dos kilómetros de Aldeanueva del Camino, la comitiva eligió un paraje pintoresco, ante la fuente de Las Cañadas, para almorzar bajo los árboles, donde acudió la gente del lugar y de los alrededores, que aclamaba al Rey. Finalizada la comida, un mozo del lugar, que resultó ser el Cabo de Husares de la Princesa, Matías Torres, se acercó a Don Alfonso. Éste le dio un cigarrillo, al tiempo que le hizo varias preguntas. Matías Torres disfrutaba de permiso para reponerse de las heridas recibidas en África, y refirió las acciones en las que había tomado parte.
Entre vítores y aclamaciones la comitiva se puso en marcha. Al pasar por Aldeanueva, donde se había levantado un gran arco de triunfo con gallardete y colgaduras, el pueblo aclamó al Rey.
Al kilómetro y medio de Segura de Torres, el vecindario en pleno dispensó un cálido recibimiento al Monarca, que descendió del automóvil, siendo cumplimentado por el Conde de la Romilla, el diputado provincial don Faustino Monforte, el propietario don Carlos Rodríguez, el Gobernador Civil de Cáceres y otras autoridades.
Se comentó el accidente sufrido por el periodista Latorre, redactor del periódico La Acción, que al caerse del caballo había sufrido una luxación en el codo derecho. Los doctores Marañón y Bardají asistieron al herido por encargo del Rey, quien puso a su disposición sus automóviles.
A las dos menos cuarto de la tarde don Alfonso y su séquito continuaron la excursión a caballo bajo un calor asfixiante. Al llegar a Granadilla, la comitiva se detuvo en un ventorro para tomar un refresco. El pueblo entero aclamó al Rey y éste preguntó al alcalde por la producción principal de aquellas tierras, que resultó ser principalmente de cereales. Quiso don Alfonso visitar el castillo, cuyas murallas son de la Edad Media. La bandera se hallaba izada sobre las almenas, y el Rey y su séquito la saludaron al tiempo que la gaita y el tamboril interpretaban la Marcha Real.
No cedía el calor, y entre Mohedas y Granadilla la comitiva hubo de detenerse para tomar otro refresco.
Eran las seis de la tarde cuando llegó el monarca a Casar de Palomero, después de haber hecho un recorrido de 35 kilómetros a caballo bajo un sol abrasador. La prensa madrileña publicó una noticia que se refiere a esta jornada: “En Guijo de Granadilla, camino de el Casar de Palomero, fueron presentados al Monarca dos hijos del malogrado poeta Gabriel y Galán. El Rey dedicó frases de admiración a la memoria del autor de “El ama”, “Fecundidad” y “El cristo benditu”. Durante la jornada, por efecto del calor y el cansancio, sintieron se indispuestos el periodista García Mora, el fotógrafo Campúa y el doctor Marañón, teniéndose que quedar atrás de la comitiva (…)
Aquí, en Casar de Palomero, es precisamente donde el Dr. Marañón presenta al entonces Obispo de Coria, que aguardaba con las autoridades y el vecindario al Rey.
Era entonces don Pedro Segura Obispo de Coria, nos dijo el doctor Marañón: “yo se presenté al Rey al entrar en Las Hurdes, donde él esperaba con las demás autoridades, al Rey. El Rey se quedó entusiasmado de don Pedro y éste fue el origen de su rapidísima carrera”. Poco después era nombrado Arzobispo de Toledo.
Al apearse del caballo, don Alfonso contestó con la mano a las aclamaciones del pueblo y, rodeado de su séquito y de la multitud, se dirigió a pie a la iglesia donde oró durante unos instantes en la ermita de la Cruz Bendita. Seguidamente, el Monarca se dirigió a la plaza de la Constitución, más concretamente a la casa de Acacio Terrón, lugar donde se hospedaría. Invitados por don Alfonso se sentaron a la mesa Cena, el Obispo de Coria; el Ministro de la Gobernación; el Duque de Miranda; Pérez Argemí; el Conde de la Romilla; los doctores Marañón y Varela; el Alcalde del pueblo; el Oficial Jefe de Ingenieros encargado de la radiotelegrafía; el Teniente de la Guardia Civil; su ayudante, el Teniente Coronel Obregón; y el dueño de la casa don Acacio Terrón.
El Marqués de Luca de Tena, dotado para relatar con gracejo inimitable la historia contemporánea, fue amigo del doctor Marañón y como él, miembro de la Real Academia Española. En su frecuente relación, Juan Ignacio Luca de Tena escuchó de labios del propio Marañón una anécdota que incorporamos a este relato: “marchaba Marañón co el Rey a caballo para llegar a Las Hurdes apenas había caminos, y el doctor le iba diciendo a don Alfonso XIII, ¡ya verá vuestra majestad que Obispo, es un santo, un hombre lleno de celo y de caridad! Estoy seguro que le causará a Vuestra Majestad una gran impresión.
Después de haber conocido al Obispo de Coria, el Rey le dijo a Marañón; “pero hombre, Gregorio, don Pedro Segura puede ser un santo, un alma llena de caridad y de muchas virtudes, pero la verdad es que resulta un patán, un lugareño”. Pasó el tiempo y don Alfonso XIII fue consolidando su amistad con el Obispo Segura hasta el punto que le designó Arzobispo de Burgos. Pocos años después, la Santa Sede decidía elevarle a la dignidad de Cardenal Arzobispo de Toledo, pero don Pedro Segura se había negado a aceptar. Entonces, el Rey envió a Burgos al Ministro de Gracia y Justicia para que se entrevistara con el Arzobispo y le convenciera. Como éste insistiera en su negativa, el Ministro quiso saber las causas, que Segura no dudó en declamar: “soy un hombre de educación elemental, no me gusta figurar y el Toledo no tendría más remedio. Además, no deseo ser Cardenal Primado, cargo muy superior a mis méritos y modo de ser, entre otras cosas porque me considero incapaz de asiste a los banquetes oficiales de palacio”.
Al domingo siguiente de esta conversación, sin previo aviso, los burgaleses que paseaban por las calles de la ciudad después de la misa de doce, comenzaron a gritar ¡viva el Rey!, y efectivamente, el Rey que conducía su automóvil, se detuvo ante el Palacio Arzobispal. Avisaron al Arzobispo de que estaba el Rey, y aquél bajó a recibirle. Eran la una y media de la tarde. Al saludar a don Pedro Segura el Rey le dijo: “Señor Arzobispo, como me han dicho que no quiere venir a comer a mi casa he venido para que convide usted a la suya”.
Una de las últimas veces que Marañón vio al Rey, pocos años antes de la República, éste le había dicho: ¡qué razón tenías Gregorio, qué razón!
Disfrutó de bailes regionales en la plaza. A las 10,30 h, se fue a descansar.
En esta localidad de Casar de Palomero convivieron en la Edad Media cristianos, musulmanes y judíos. Conserva varios edificios religiosos de interés: Basílica de la Cruz Bendita (interesante historia del apedreamiento de la Cruz), antigua sinagoga convertida en iglesia barroca; la ermita del Santo Cordero; la iglesia del Espíritu Santo, antigua mezquita con su minarete convertido en torre campanario; y la ermita de la Cruz Bendita, en el puerto del Gamo. En la plaza, la casa de Acacio Terrón, donde pernoctó el Rey. A las afueras se encuentra el Centro de interpretación del olivo.

Día 21.
A las 8 de la mañana del miércoles, el Rey oye misa oficiada por el obispo de Coria. A la puerta de la iglesia aguardaban los caballos, y el monarca y su séquito salieron con dirección a Pinofranqueado. A un lado quedaba la aldea de Azabal, y al cruzar el río de Los Ángeles, el Rey llamó a José Campúa para que acudiera con su cámara fotográfica: “¡ven pajarito (a Campúa le destacaba la nariz en el rostro menudo) que vas a hacer una fotografía que no me ha hecho nunca tu padre”. El Rey se desprendió del pantalón y de la camisa, con lo cual quedó completamente desnudo, al tiempo que invitaba a bañarse a cuanto componían su séquito. Antes de meterse en el agua llamó al doctor Marañón, que se había quedado con el calzoncillo debajo de la rodilla. El Rey el echó el brazo por encima del hombro y Campúa disparó una placa.
En Azabal se encuentran interesantes grabados rupestres en la “vegacha del rozo” y “largar de la hoya”.
En Pinofranqueado, el augusto viajero fue recibido y aclamado con entusiasmo mientras visitas las escuelas, la ermita del Cristo y la iglesia parroquial. El Secretario del Cabildo municipal, don Juan Pérez Martín, ofreció al rey y su séquito un refrigerio en su casa. “Juanito el del Pino”, llamado así familiarmente por sus vecinos, respondió a las preguntas del monarca, que se refirieron a la estación agrícola, a la plantación de pinos y a las obras indispensables que deberían llevarse a cabo para facilitarse las comunicaciones. Seguidamente, don Alfonso se acercó a algunos enfermos palúdicos para dialogar con ellos y socorrerles mientras el Ministro de la Gobernación, don Vicente Piniés, les entregaba cápsulas de sulfato de quinina.
Pinofranqueado ofrece al visitante espléndidos paseos por su ribera del río y la posibilidad de conocer la Historia, las costumbres, etc., del pueblo hurdano a través de exposiciones, videoteca y biblioteca hurdana en el Centro de documentación de Las Hurdes.
La comitiva regia pasó por Mesegal, alquería compuesta por unos setenta habitantes, los cuales vivían en pobrísimas condiciones. Sobre las 12 de la mañana, don Alfonso llegó al poblado de Calabazas (Consejo de Caminomorisco), donde fue vitoreado por los habitantes del lugar, que no pasaría de doscientos habitantes. De entre ellos destacó una niña para dirigir su salutación al Rey, en verso, que el monarca gratificó, así como a los lugareños que le ofrecieron ramilletes de flores silvestres, cestitas de cerezas e higos.
Caminomorisco identifica con su Casa de cultura el ejemplo de construcción típica hurdana de piedra y pizarra, que se complementa con vistas naturales del “chorrerón del Tajo” y los grabados rupestres tanto de la localidad como de Mesegal.
Después de cruzar por el Concejo de Caminomorisco, se detuvo el Rey en Cambroncino para visitar la iglesia parroquial. Construida en 1799 por el Obispo Porras y Atienza es el ejemplo más claro de arquitectura religiosa de la comarca, con su portada barroca, escudo episcopal y retablos del siglo XVIII en su interior.
Dejando atrás aldeas míseras como Arrofranco y Arrolobos, la comitiva se dirigió a Vegas de Coria, perteneciente al Concejo de Nuñomoral, donde el monarca asimismo visitó la iglesia, la casa parroquial y la morada del peatón de correos, anciana sexagenaria. A la sombra de un frondoso castaño inmediato a Vegas de Coria, almorzó el Rey con su séquito, descansando después hasta las 4 de la tarde. A las 6 llegaron a la alquería de El Rubiaco, habitada por 62 vecinos, donde el Rey socorrió a un enfermo de paludismo. Los familiares de Santiago el del Rubiaco, famoso cantante y danzarín de “El ramo de San Blas”, así como los descendientes de Tía Candela, comparecieron ante el monarca para presentarle sus respetos.
En el momento en que comenzaba la puesta de sol, la comitiva llegó a Nuñomoral, cabeza de Concejo de su nombre. Aunque algunas de sus 50 casas del pueblo fuese aceptable, se instalaron tres tiendas de campaña para que pernoctasen los viajeros. Allí mismo se preparó la cena. “Entre canchales que son cubiles de jabalinas y de lobitus, gozaron del bien ganado descanso los visitantes”.
Aquella noche ocurrió en el campamento un episodio tremendo del que fue víctima el Ministro de la Gobernación, don Vicente Piniés. Éste, en el momento que servían el café en el interior de la tienda de campaña, después de la cena, dijo preferirlo con unas gotas de leche. No había vacas, ni siquiera cabras en aquellos parajes. Pero el camarero salió por los pizarrales volviendo al poco con una pequeña cantidad de leche que sirvió en el café del Ministro de la Gobernación. Preguntóle cordial el Ministro, que saboreaba su taza de café despacio. “Digo, señor Ministro, que puede tomar el café con confianza, que la leche es de mi mujer y por cierto muy buena”. La impresión que esta respuesta produjo en el ánimo del Rey y de sus acompañantes es fácilmente imaginable. Piniés estuvo a punto de sufrir un traumatismo síquico, y como primera medida de asepsia, se afeitó su gran bigote, tan característico en las caricaturas de la prensa.
Nuñomoral es paisaje y cultura por medio de las maravillosas vistas del río hurdanoa a su paso por la localidad y por su plaza, en donde se firmó la escritura del Censo enfiteutico “bajo campaña tañida” justo al lado de su iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la más antigua del lugar.

Día 22.
Acerca de la jornada del jueves, el diario ABC publicó una crónica que es el documento más vivo y dramático de la excursión a Las Hurdes, por las alquerías de La Horcajada, Batuequilla, Asegur, Aceitunilla, El Gasco, Martilandrán y Fragosa. Por su gran interés, como testimonio periodístico, transcribimos un fragmento de esta crónica de ABC: “por caminos que iban dejando de ser sendas de lobos para empeorar y trocarse en atajos de perdice, por barranqueras pavorosas, y al borde de precipicios, el augusto visitante se lanzó a la cabeza de la comitiva. Al paso por la aldeilla del Cerezal se alzaron las aclamaciones de centenar y medio de palúdicos, todos los pobladores de los treinta cobijos de miseria. Enmudeció la comitiva, respetuosa ante la pobreza y el dolor. Allí se recuerda en que hubo una época en que don Francisco Jarrín costeó de su peculio particular la enseñanza primaria. (Destacan en esta localidad la ruta del “los tejos” y el entorno de la presa de “arrocerezal”). Tras dos horas de fatigosa marcha, en la cual los caballos resbalaban sin conseguir afianzar sus cascos en los canchos y en las pizarras de las sendas escarpadísimas, hubo un alto y hubo de apearse y llevar los caballos de la brida. Martilandrán estaba a la vista y totalmente desierto. Los veinticinco edificios, hay que realizar tan magno esfuerzo de voluptuosidad imaginativa para llamar edificios a cubiles de pocilgas, estaban abandonados. Todos, absolutamente todos sus moradores, ancianos decrépitos, mujeres escuálidas y mozalbetes depauperados, habían salido al encuentro de los viajeros. Hubo que aguardar que loa ausentes retornasen. Corta fue la espera. Rodando, materialmente rodando por los barrancos, brincando como cabras sobre brezales y helechos, atajando a moste atraviesa, trepando por riscos casi cortados a pico, volvieron a Martilandrán sus vecinos, noventa o cien cuerpos desmedrados con almas semiausentes. Allí estaba la realidad viva, sin exageraciones de lirismo, allí la mendiguez, la dolencia crónica, la angustia sin esperanza ni consuelo”. Allí quedó comprobada la triste verdad de la información gráfica que anticipó ABC. La mejor casa de la alquería no tiene luz, ni ventilación, ni más aire respirable que el que recibe por la puerta. La impresión del monarca fue de horror inmenso, de conmiseración entrañable. En silencio, como cuando se veía un moribundo, se reanudó la marcha sin vacilar el Soberano, vaciando sus bolsillos para socorrer de momento la miseria de aquellos desafortunados.
Martilandrán se enmarca en un singular paisaje de meandros del río Malvellido, de cuya ladera cuelgan excelentes ejemplos de arquitectura de piedra y pizarra unidos al paisaje natural.
Mediaba el día cuando se divisaron las techumbres pizarreñas de las casuchas de Fragosa. Un centenar de vecinos, rodeando reverentemente al Obispo de Coria, aguardaban al Monarca. En obsequio a la realeza, desgajaron las mejores ramas de los cerezos, y colmadas de frutos maduros, las ofrecieron a los visitantes; era lo único que podían ofrecerles, era toda su riqueza, era la equivalencia de tres o cuatro pesetas, ¡una fortuna para los Pinedas y para los Pidiores que andaban al limosneo de mendrugos!
Arrodilladas junto a la humildísima iglesia 20 o 30 mujeres, tantas como guaridas hay en el poblado, entonaban a coro una canción quejumbrosa, una derivación del canto charro y de las coplas de arada, con algo de plegaria: la inevitable cantata del “Ramo de San Blas”. Entre los tugurios destacábase un edificio de las afueras, encalado, limpio, rodeado por árboles, con dos puertas y cuatro ventanas: la casa-escuela que hizo construir y dotó y sostuvo, y abasteció de muebles y material de enseñanza el benemérito Sr. Jarrín. Y al citar este nombre téngase siempre por citado el de su lugarteniente, el del hombre de claro entendimiento y honrado corazón que secundó abnegadamente la caritativa labor del Prelado de Plasencia, quede estampado con admiración y respeto el nombre de don José Polo Benito.
El almuerzo estuvo velado por inefable melancolía después de palpar la moral y materialmente las angustias de los parias de Martilandrán y de Fragosa, se pierde el apetito y se hace acopio de temas para preocupaciones y pesadillas.
Fragosa ofrece al visitante su entorno natural, una espectacular arquitectura de paisaje y el chorro de “la cavilosa”.
Tan grande como grata fue la sorpresa de caballeros y de caballos al entrar saliendo de Fragosa en un camino transitable, en un verdadero camino de herradura. ¿Quién ha operado este milagro?, pregunto alguien, y alguien repitió el nombre del señor Jarrín, al cual se debe aquella senda, como se le deben la de Fragosa a La Huerta (Caminomorisco) y ramal de Camino Carretero, único en toda la comarca, que enlaza Ríomalo de Arriba con la Collada Clemente.
Al declinar la tarde, cuando se sol de iba y enrojecía los lejanos términos de la frontera portuguesa, cuando una brisa henchida de fragancia de jaras, templaba el fakir bochornoso del día, se emprendió la subida de la cuesta que tiene por remate a Casares, cabeza de Concejo. ¡Menguada cabeza de Concejo que cuenta con cincuenta casucas y ciento treinta habitantes! El Monarca después de dirigir afectuosas palabras a los vecinos que lo aclamaban y de corresponder al saludo del Obispo cauriense, descansó breves instantes en la casa rectoral. ¿Descansó? Pero, ¿es que el Rey siente el cansancio de esta jornada? Ágil, suelto, animoso como si se acabara de levantar, se dirigió al templo donde por unos momentos rezó. La iglesia, humilde pero con cuidado decoro, fue mandada alzar por el obispo Porras y Atienza, que solicitó y obtuvo del Pontífice Inocencio XII, una pensión anual perpetua de 300 Ducados sobre la renta de la mitra, para asegurar la dotación a la iglesia de Casares y convertirla en parroquia.
Grave, meditabundo, el Rey se ha dirigido al atardecer a las afueras de Casares y ha permanecido un rato silencioso ante su tienda, enclavada en una altura, en las afueras del pueblo (la era nueva). No es difícil adivinar lo que el Soberano pensaba en aquellos momentos.
Después de haber sufrido la violenta emoción de contemplar casos de enanismo “velazqueño”, enanismo como el del “Bobo de Coria” de cretinismo, de bocio, de insuficiencia de desarrollo por hambre, era alentador y confortante toparse con la especia humana regenerada. Casares es pobre, pero no mendigo ni degenerado fisiológicamente. Casares es un ejemplo y una esperanza.
Anocheció; va a servirse la cena. Ha terminado la penúltima jornada. La estación telegráfica trae noticias de Madrid. En el campamento se impone el sueño a las exigencias del estómago. Mañana, después de las visitas a otras alquerías de este Concejo y el del Cabezo, se efectuará la excursión al Valle de Las Batuecas, que tendrá como epílogo el descanso en La Alberca. El Rey ha ganado en esta jornada el campeonato a la resistencia física y el de delicadeza de sentimiento. Ni un instante ha manifestado fatiga, y más de una vez la gravedad de su rostro, serenamente imperturbable ha reflejado lo agudo y fuerte de la emoción.
Casares de Las Hurdes es el “balcón de Las Hurdes”, desde donde se pueden disfrutar de espectaculares vistas de la Sierra de la Corredera y el campanario exento de su iglesia del Santísimo Sacramento.

Día 23. Hombres, niños y mujeres enfermos llegaron muy temprano al campamento de Casares. El Dr. Varela, en presencia del Rey, realizó un examen médico a cada uno de los visitantes que se acercaron a las tiendas donde pernoctaba el rey. El cura de Casares, que había presidido momentos antes una comisión para solicitar del Rey mejoras en Vegas, recibió 900 pesetas con destino a los pobres y una cantidad de quinina para los palúdicos.
Minutos antes de las nueve de la mañana, y entre grandes aclamaciones, don Alfonso ascendió por el puerto del Carrascal con dirección a Cabezo, acompañado por el Ministro de la Gobernación, el Conde de la Romilla, el doctor Marañón y otras personas de su séquito.
Después de contemplar el panorama desde un punto en que se divisaban todas Las Hurdes, Las Batuecas, la Sierra de Francia y Candelario, descendieron por el lado opuesto de la montaña, a pie. Momentos antes de llegar a la alquería de Ríomalo, el Rey se sentó sobre unas piedras para descansar un momento, que aprovecharon los vecinos para acudir a recibir al Monarca y exponerle sus problemas.
En aquellos contornos vivían unas sesenta familias muy difícilmente ya que la tierra era apenas aprovechable, lo cual les obligaría a trasladarse a otros lugares. Dice un cronista que la entrada en Ríomalo fue conmovedora: “hombres, niños y mujeres rodeaban al Rey. Algunas personas le besaban las manos y llorando le decían que nunca hubieran podido creer que el Monarca pudiese llegar hasta allí por la dificultad del viaje”.
Riomalo de Arriba está rodeado de bellos parajes que dan color a la fotografía de su arquitectura tradicional. El centro de interpretación de información de Las Hurdes está enclavado en una de sus antiguas construcciones.
En la alquería de Ladrillar, la mayor y más próspera de Las Hurdes, aguardaba al Rey el Obispo de Coria. Don Alfonso entró en la iglesia bajo palio. Un coro de niñas cantó el himno del Congreso Eucarístico. En casa del cura párroco, se sirvió un refresco que el Rey y su séquito agradecieron especialmente, porque el calor era en aquellos momentos como un azote de fuego. Mientras el Monarca tomaba su limonada, el cura párroco le habló de un libro sobre la Historia de Las Batuecas que había escrito, a lo cual respondió el Rey que lo consideraba interesante y lo publicaría por su cuenta.
Ladrillar conserva a la perfección su barrio antiguo, un paseo hacia un pasado arquitectónico lleno de vida. En los alrededores se puede visitar la cueva del Tío Leoncio, antigua excavación de mineral.
Aún quedaba mucho camino por recorrer, y don Alfonso se despidió del pueblo entre vítores. La marcha bajo aquel sol de mediodía fue muy dura. A la una de la tarde llegaron a Cabezo, donde la mayoría de sus habitantes vestían el traje del Campo Charro; el recibimiento fue más que entusiasta. A la salida de la iglesia, donde se cantó un Tedéum, se acercó al Rey una mujer para rogarle que uno de los médicos que le acompañaban visitase a su marido que se hallaba enfermo. En la crónica de ABC se dice: “el doctor Marañón vio al enfermo y dijo que se trataba de una pulmonía; recetó, y al despedirse de la mujer, ésta intentó darle 10 céntimos”.
Y otra vez se puso en marcha la comitiva para detenerse en un lugar pintoresco de las afueras, donde aguardaba el convoy. Al almuerzo, que se sirvió bajo frondosos árboles, invitó el Rey a los jefes y oficiales del 19 Tercio de la Guardia Civil. En el curso de la comida el Monarca recibió un telegrama con la noticia de que el Mariscal Wilson había sido asesinado en Londres.
Antes de continuar la excursión, el párroco de El Cabezo recibió 1800 pesetas con destino al vecindario necesitado, así como 60 cajas de quinina para los enfermos de Riomalo de Arriba y Ladrillar.
Cabezo está coronado por su “risco gordo” y un bosque de exuberantes coníferas que dan tranquilidad a este bello rincón.
En Las Mestas, Tedéum, refresco y conversación con las autoridades locales, cuyo alcalde vestía el traje típico de Salamanca. El Rey hizo grandes elogios del Obispo de Coria y de la misión evangélica que viene realizando en Las Hurdes. Antes de despedirse, el Monarca entregó 1.000 pesetas para los pobres.
Las Mestas, “un pueblo que ni pintado por un pintor”, esa fue la exclamación de Miguel de Unamuno en su visita a la localidad. Ésta se caracteriza por su centenario enebro y su enclave natural.
Por fin, a las 7 de la tarde, llegaba el Rey al Convento de Las Batuecas. La jornada había sido muy dura y el Monarca se retiró a descansar a una modesta celda que le habían dispuesto los padres carmelitas. La cena se sirvió en la huerta del convento, a las 10 de la noche, a la cual había invitado don Alfonso al Obispo, al Gobernador de Madrid, a los Jefes y Oficiales de la Guardia Civil, al Oficial de la radiotelegrafía militar, a los padres carmelitas y a las personas de su séquito. Poco después de las 12 de la noche, el Rey se retiró a descansar, así como sus acompañantes, que también se hospedaban en el convento.

Día 24. Ocho y media de la mañana. Desayuno en la huerta del convento. El Rey habló de la penosísima impresión que le ha causado el viaje, aunque se mostraba satisfecho de haberlo realizado, pues sólo así se podía comprender la situación terrible de aquellas pobres gentes. Dijo también que la excursión por Las Hurdes le serviría de estímulo para tratar de remediar inmediatamente los problemas más acuciantes.
Salida de Las Batuecas a las nueve y media. Ascensión al monte y descenso por la otra vertiente. A dos kilómetros antes de La Alberca, charros vestidos con el traje típico, algunos sobre mulos adornados con mantas de colores, aguardaban al Rey. Las autoridades, con largas capas españolas y alhajas con filigranas de oro y plata, y una comparsa de danzantes ejecuta sus bailes típicos.
El Rey atravesó a caballo la población, saludando con la mano al vecindario, que había engalanado sus ventanas y balcones con colgaduras y pañuelos típicos de la región. Don Alfonso entró en la iglesia de la Trinidad bajo palio, seguido del Obispo de Coria y del clero. Ocupó un sitial al lado del Evangelio, y después de ser cantado un solemne Tedeum, dirigió el prelado una elocuente plática.
Al pie, saludando a los vecinos de la localidad que le aclamaban, el rey se dirigió al domicilio de doña Filomena Hernández, que había dispuesto “cómodo y lujoso” alojamiento por si el monarca y su séquito hubiesen pasado la noche en La Alberca. Almuerzo en las escuelas públicas. Regalo de colchas típicas para la Reina Victoria, una de ellas, muy antigua, bordada en seda de colores.
A las cuatro y media de la tarde, el Rey llegaba a Béjar. Atravesó la ciudad entre el gentío que le aclamaba e invitó al alcalde a subir al coche regio. Las calles estaban adornadas con gallardetes. Visita a una fábrica de paños. Conversación cordial con los obreros de la misma. Poco antes de las seis la comitiva regresa a Madrid.
El diario ABC publica la siguiente nota al día siguiente del regreso del rey y de su séquito a Madrid. Infundadamente, y sin que ello tenga la menor certeza, se propagó ayer la noticia, que todos los periódicos recogieron, de que el doctor Marañón así como los señores García Mora y Campúa, habían tenido que detenerse en uno de los poblados de Las Hurdes por haberse sentido enfermos. Tanto el doctor Marañón como los señores García Mora y Campúa realizaron su viaje felizmente y con toda felicidad llegaron anoche a Madrid.
Se atribuyeron al Rey como resumen del viaje a Las Hurdes, las siguientes palabras: “es imposible mejorar la vida que arrastran las gentes de Las Hurdes altas. Hay que destruir las viviendas y trasladar a sus moradores a otros puntos”. Inmediatamente, se fundó, alentado por don Alfonso XIII, el Real Patronato de Las Hurdes, del cual fue miembro el doctor Marañón hasta 1.923, con el Obispo de Coria, duque de Miranda, Pérez Argemí, Piniés, Amos Salvador, Hoyos Sainz y Goyanes.
A partir de la visita del rey, los hurdanos y su comarca comenzaron a salir del abandono secular en que vivían, y el doctor Marañón enriqueció con nuevo material, recogido directamente en Las Hurdes, su libro en preparación sobre el bocio y cretinismo.

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